“La cobertura de infancias toca fibras profundas y significa habitar un duelo constante”

Amenazas al oficio

La Fundación Periodistas Sin Cadenas recoge periódicamente testimonios de periodistas en las zonas más violentas del país. Este relato corresponde a una colega que prefiere no revelar su identidad.

12.05.2025

En septiembre del 2023, mientras investigaba sobre la deserción escolar en el sur de Esmeraldas, estaba entrevistando a una profesora en un centro educativo y de pronto, se anunció por el megáfono que todos debíamos salir del plantel, pues llegó una alerta de atentado con explosivos. Las profesoras y los directivos enviaron inmediatamente a los niños y niñas a sus casas, mientras el nerviosismo se apoderaba de la situación. 

En efecto, alrededor de esas fechas, algunos ataques armados con explosivos se estaban presentando en la ciudad, en zonas y lugares estratégicos como instituciones públicas, terminales terrestres y también en varias escuelas de Esmeraldas.  En el 2022 en una cobertura en una unidad educativa en Socio Vivienda 2, en el noroeste de Guayaquil, entrevisté a varios profesores quienes detallaban la difícil situación que atravesaban a pesar de tener una Unidad de Policía Comunitaria (UPC) al frente, sobreviviendo constantemente ataques armados. Una semana después de mi recorrido, aquel plantel fue escenario de un enfrentamiento. Pensé mucho en qué hubiera pasado y el riesgo al que hubiese estado expuesta si esto hubiese ocurrido la semana en la que yo estuve allí.

Mientras veía estas inusuales imágenes, apenas lograba dimensionar que el riesgo en los momentos de conflicto que vive Ecuador, también me exponen a mí, como periodista que cubre niñez y adolescencia en una de las provincias más violentas del país.  La cotidianidad del trabajo que realizo como comunicadora y periodista me ha permitido ver esta realidad de frente y acercarme cada vez a más datos e historias pero  también mirar de cerca todos estos peligros a los que estamos expuestos.

La violencia viene creciendo de manera acelerada en el país y esto no es nuevo ni es reciente. En el 2021 recibí la llamada angustiada de una amiga que vive en Argentina y pude notar en su voz que algo pasaba. “Mis sobrinos, que viven en Guayaquil, han tenido que huir a otra ciudad. Hay bandas de crimen organizado que intentan reclutarlos, que están obligando a los niños a vender droga, a servir de espías y a otros los están entrenado para matar”, me dijo.

Pasaron apenas unas semanas de esa llamada telefónica cuando una profesora de un colegio en Esmeraldas, a quién había entrevistado antes, me dijo algo similar. “Estamos en peligro. Ayer mataron a uno de mis alumnos por no querer ser parte de las bandas que controlan la zona. Estamos desesperados”. 

Desde el 2018 hasta este 2025, la naturalización de la violencia y una especie de anestesia social frente a ciertas prácticas con una evidente escalada de violencia en el Ecuador, no ha tenido fin. A esto se suman las cifras de deserción escolar, adolescentes víctimas de homicidios e infancias que son víctimas de ataques armados. El riesgo al que están expuestas las infancias en Ecuador se dejan ver en datos aterradores. Desde el 2017 existe un registro por parte del estado ecuatoriano que anuncia se ha perdido el rastro de 868 menores de 18 años según la Dinased. 

Existen varias modalidades de violencias hacia las infancias y adolescencia. En muchos casos las niñas son secuestradas con fines de explotación sexual; y los niños y adolescentes, también son tomados por la fuerza, pero con fines de reclutamiento. En ambos casos, los menores no están exentos de casos de trata de personas o tráfico de órganos. Las escuelas y colegios se convirtieron en espacios para reclutar, consumir sustancias sujetas a fiscalización y los tentáculos de la violencia han encontrado nuevas formas para instaurarse hasta en espacios donde se encuentran los más vulnerables de este país.  

En varios recorridos, escuché a docentes asustados de distintas ciudades de la Costa, pues contaban que en sus aulas se había permeabilizado el narcotráfico, que estaban utilizando a varios de sus estudiantes para sembrar el terror y mostrar la maquinaría de guerra sin importar la edad. El incremento de homicidios de niños, niñas y adolescentes que recoge también es impactante, pues afirman que este delito aumentó 640% en cuatro años.  Es aún más escalofriante saber que el homicidio es la primera causa de muerte en infancia y adolescencia en Ecuador según UNICEF.

Por todo esto me planteé el reto de poder desentrañar y contar historias de  vida de las infancias y adolescencias más allá de la crónica roja y descifrar cómo impacta la violencia en ellos. 

Sin embargo, cubrir este tipo de temas tocan fibras profundas, significa habitar una especie de duelo colateral. En el 2022 asesinaron al hermano de una colega y en el 2023, en un ataque similar, otra amiga perdió a su hermano al no pagar extorsiones. También pensé en la relación material y simbólica de esos duelos: no se tratan solo de la pérdida de personas, sino de lugares, desplazamientos, silencios para salvaguardar la integridad y escuelas sin garantías de seguridad.

Vivir en duelo también es intentar construir memoria desde el ejercicio periodístico y, en algunos casos como en la cobertura de infancias en Ecuador, las garantías de protección y seguridad para cubrir este tipo de noticias son nulas y esta es una realidad que comparto con varios colegas, que cubren también otros temas relacionados con violencias.  

Algo que siempre pensé al abordar periodismo con enfoque en infancias fue en luchar contra la inmediatez y el tipo de difusión mediática sobre las distintas formas de ejecutar la violencia sobre los más vulnerables. Y a su vez continuó descubriendo una cruda realidad: existe un enorme vacío y deuda en relación al periodismo que promueva y visibilice las vulneraciones de los derechos humanos contra las infancias en Ecuador.





Publicado el Amenazas al oficio
Diana Romero Periodista