“Cubrir seguridad en el contexto actual nos hace vivir en censura e incertidumbre”

Amenazas al oficio

La Fundación Periodistas Sin Cadenas recoge periódicamente testimonios de periodistas en las zonas más violentas del país. Este relato corresponde a una colega de la provincia del Guayas, que prefiere no revelar su identidad.

26.03.2025

Los grupos criminales en Ecuador funcionan como una industria, una de gran poder, tamaño y capacidad. Esto lo pude palpar siendo periodista que cubre temas de seguridad en Guayaquil, una de las ciudades más violentas del país y de latinoamérica, que cerró el 2024 con un total de 1.893 muertes violentas según la Policía Nacional.

En febrero del 2025, fui a cubrir una balacera en Los Vergeles, un barrio del norte de Guayaquil. Este hecho parecía ser una disputa entre bandas por el microtráfico de droga en esta zona, cercana a dos centros comerciales en el norte de Guayaquil. Fui a cubrir este caso, que no era una masacre ni tampoco la explosión de un coche bomba. Era una balacera más, parte de la nueva rutina de Ecuador en los últimos años.

Aún no había llegado a la escena del crimen y los moradores del lugar ya sabían que estaba cerca. Las viviendas, por humildes que sean, cuentan con sistemas tecnológicos de vigilancia. En las calles hay informantes y algunos habitantes del sector parecen estar entrenados para esconderse apenas ven extraños en la zona. Yo simplemente era una periodista buscando información del hecho, un día después.

No dialogué ni minuto y medio con una madre de familia cuando dos hombres en moto aparecieron en la esquina y empezaron a acelerar, como intentando amedrentarnos. Al intentar retomar la conversación con la mujer, había desaparecido. Los motorizados pasaron a mi lado y me dejaron ver sus armas, “invitándome” a retirarme.

Mi entrevistada, en los breves minutos que conversamos, me comentó que “la mafia” presente en la zona tiene su propio sistema de inteligencia, que cuando ocurre un crimen saben quién estaba en el lugar al momento de disparar, quién pidió socorro, quién habló con la policía y qué hizo cada persona. Quizá por esto también una vecina pidió que no la grabemos y que conversemos sin mirarnos, para aparentar que no interactuábamos. 

Los moradores huyen de la prensa. Los grupos de delincuencia organizada conocen a las familias, las rutinas de las personas y más. En los parques de esas manzanas de Los Vergeles no hay niños, sino que hay silencio: una censura distinta a la de costumbre, del lado de los ciudadanos, porque viven con miedo. Nadie sabe, vio o escuchó algo, pese a que hay manchas de sangre en las veredas, daños evidentes en las fachadas y reportes de llamadas de auxilio. 

Me fui del lugar sin mayor información del intento de sicariato. Quienes deben estar libres y protegidos viven en una prisión invisible porque están vigilados, no por las fuerzas del orden, sino por la violencia criminal.

Como periodista, esto es una preocupación para mi porque no sé si luego de publicar la información que obtengo de mis reporterías estoy en peligro de alguna manera. Lo cierto es que la cobertura de crónica roja en Ecuador se ha vuelto más difícil desde 2022, cuando las diferentes aristas del crimen organizado empezaron a cobrar fuerza y a acaparar la cobertura de los medios de comunicación.

Dedicarse a esta rama del periodismo en el contexto actual nos hace vivir en una incertidumbre constante: no sabemos en qué momento una banda delictiva pueda ensañarse por algo que hayamos publicado, transmitido, dicho, visto o por, sencillamente, estar en el lugar y momento incorrecto. Es inevitable pensar que todo lo que vemos en la calle, también nos pueda suceder a nosotros. 

Además de las dificultades logísticas que esto conlleva, pues hay sectores en donde no se puede ingresar sin un contingente militar o policial, hay que añadirle que no siempre los editores entienden el peligro real al que estamos expuestos en la calle. Quizá es porque hace tiempo que dejaron de ser reporteros o porque la violencia criminal que hoy experimentamos no es la misma de hace 20 años. 

Aunque vamos en búsqueda de hechos a una escena del crimen, podemos ser vistos como personas entrometidas. Siento que mis movimientos están vigilados, temo por mi familia y no sé si ellos están lo suficientemente seguros. Si se tomaron un canal de televisión en el 2024 y si en un operativo reciente se descubrieron cubos de micrófonos de medios de comunicación para fingir un operativo, ¿qué nos espera? El oficio del periodista en Ecuador se cierra cada vez más, pues las amenazas ya no vienen solo de uniformados corruptos o autoridades. 

Al tener datos en mi cabeza que podrían ser irrelevantes para muchos, siento que soy un blanco fácil, porque soy el rostro visible de un medio de comunicación. Y si puntualizo más, el eslabón más débil, porque soy mujer. En febrero de 2022, me llegó una advertencia de grupos criminales en mi lugar de trabajo. “Cuidado, con lo que sabes y lo que hablas, las paredes tienen oídos y estamos en todos lados”, me dijeron.

Desde ese entonces trato de ser prudente con la información, con los lugares a los que voy, porque esa prisión invisible en la que viven los ciudadanos, es la misma en la que yo me siento en mi diario vivir: sé quienes son, no los conozco, pero ellos sí me conocen a mí y quizá mucho más de lo que imagino.   

No es una tarea sencilla ser periodista de crónica roja en Guayaquil, mucho menos segura. 





Publicado el Amenazas al oficio
Diana Romero Periodista