“Para mí, ser periodista en Esmeraldas es un acto de resistencia”
Entre el 1 y el 28 de enero de 2025, se registraron 27 muertes violentas en Esmeraldas, según cifras oficiales.
03.02.2025
No olvido aquella ocasión en que una advertencia resonó en mi mente como un eco aterrador: «No te metas en este tema por tu seguridad y la de tu familia», me dijo un alto mando militar de la provincia, al otro lado de la línea telefónica.
Era mediados de 2024 y yo estaba investigando hace unos meses las denuncias de desapariciones forzosas. Para esa investigación había llamado al militar como una fuente con la que ya mantenía una relación profesional hace varios meses, por lo que su advertencia me cayó como un balde de agua helada.
El sacudón me hizo comprender que el periodismo en Esmeraldas no solo es un trabajo, sino una lucha constante contra fuerzas que buscan silenciar la verdad y que, arriesgarse a hacerlo, significaba atreverse a enfrentar intereses muy poderosos.
Esmeraldas ha llegado a tener los índices de violencia más elevados de la región. Entre 2021 y 2022, los asesinatos se duplicaron y su tasa de homicidios alcanzó 81 por cada 100.000 habitantes, aunque otras instituciones como el Observatorio de la Violencia elevan esa cifra a 139 asesinatos por cada 100 mil habitantes.
Entre el 1 y el 28 de enero de 2025, se registraron 27 muertes violentas, según cifras oficiales, y en los primeros tres días de febrero se reportaron al menos cinco casos de sicariato, entre ellos el de un policía en servicio pasivo, secuestrado la madrugada del 3 de febrero y encontrado muerto al amanecer en el peligroso barrio La Guacharaca.
En ese contexto, para mí, ser periodista en Esmeraldas es un acto de resistencia. En los 22 años años que llevo en este oficio, este es el período más desafiante a nivel personal y profesional.
Recuerdo vívidamente aquella ocasión. Había recogido las desgarradoras denuncias de familiares de personas detenidas en operativos militares que habían desaparecido sin dejar rastro. La mayoría aparecieron muertos, flotando en el río Esmeraldas, y la sombra de la complicidad militar se cernía sobre cada historia. Cuando intenté obtener una versión oficial, recibí esa advertencia que más sonaba a amenaza, bajo el supuesto argumento de que era un asunto de “seguridad nacional”.
Esa fue la última vez que hablé con ese militar pero el episodio dejó en evidencia que ciertos temas son considerados intocables en esta tierra marcada por la violencia. No puedo decir que no es doloroso reconocer que para precautelar mi vida propia y la de mi familia, a veces es mejor callar.
En esta provincia cada reportaje es una batalla en un campo minado y la sensación de estar al borde de un abismo es constante.
Una madrugada de agosto de 2023, fui a cubrir un evento trágico en la zona rural de la parroquia Viche, en Quinindé, uno de los lugares más golpeados por la violencia que tiene poco más de 31 mil habitantes y registró 50 asesinatos entre julio de 2023 y julio de 2024. Además, allí se han encontrado varias piezas anatómicas, una cabeza fue abandonada en la banca de un parque y más de 20 cuerpos fueron encontrados flotando en el río.
La madrugada de la cobertura habían sido asesinados dos guardias de seguridad que custodiaban maquinaria de la Prefectura de Esmeraldas, en represalia por no pagar la “vacuna”. Sin chaleco antibalas ni seguro de salud o de vida, sentí que cada paso que daba esa madrugada era un riesgo calculado. Pude haber sido secuestrado o agredido, pero era una cobertura que tenía que hacer: no tengo relación de dependencia con el medio en el que trabajo ni Seguridad Social, cobro por lo que envío; una cobertura menos también es un ingreso menos.
En otra cobertura de una muerte violenta, yo estaba tomando fotografías cuando sentí una mirada fulminante sobre mí. Era un familiar de la víctima que se acercó furioso y me amenazó de muerte, acusándome de profanar el dolor de su familia.
A los pocos días abandoné la zona donde vivía y me trasladé a otra provincia, donde pasé dos meses en la incertidumbre, esperando que la tormenta se calmara y que pudiera regresar a mi labor periodística sin el peso de esa amenaza sobre mis hombros.
Cada reportaje, cada denuncia, es una forma de visibilizar una realidad que muchos ignoran. Sabemos que nuestra voz puede ser luz en medio de esta oscuridad y eso nos impulsa a seguir trabajando, incluso cuando el miedo parece querer dominarnos.
Publicado el Amenazas al oficio