“Dejé Quevedo después de asimilar que el precio de mi vida pudo ser un dólar”

Amenazas al oficio

La Fundación Periodistas Sin Cadenas recoge periódicamente testimonios de periodistas en las zonas más violentas del país. Este relato corresponde a una colega que prefiere no revelar su identidad.

23.06.2025

El día que por segunda vez en la misma semana me apuntaron con un arma, supe que tenía que abandonar Quevedo, la ciudad en que nací, crecí e hice mi carrera periodística. Así, me convertí en un número más pues, en un país sumido en la violencia.

Los desplazamientos internos empiezan a ser más frecuentes: 11.9% de mis colegas han tenido que abandonar su ciudad en los últimos dos años. De ellos, el 41.7% lo han hecho por la inseguridad.

Sus coletazos ya habían golpeado a mi familia antes: entre 2020 y 2022, mi padre fue asaltado al menos cinco veces, dos de esos episodios ocurrieron en una zona céntrica de Quevedo, frente a mi abuela, de 80 años que tuvo que atestiguar cómo a su hijo le apuntaban en la cabeza. Pero en 2023, todo se agudizó.

Ese año, Los Ríos llegó a ser la provincia con mayores índices de violencia de Ecuador: 110 homicidios por cada 100.000 habitantes. A inicios de julio, al regresar de mi trabajo como reportera, un adolescente de unos trece años, hijo de una vecina, al que yo conocía desde niño, me apuntó con una pistola que, luego supe, era de juguete. 

Me abordó con el artefacto pero cuando nuestras miradas se cruzaron, la bajó y se fue. “Solo anda con una pistola de juguete”, me dijo su madre después.

Eso me impactó mucho. No logro asimilar que alguien que apenas está dejando la niñez, considere a la delincuencia como una opción de vida. Penosamente, es común ver a menores de edad armados y consumiendo drogas. 

En 2023 secuestraron a dos vecinos en la misma semana. El rescate de uno de ellos fue cobrado por otro vecino, supuestamente relacionado con una agrupación criminal. 

El mismo año una compañera fue interceptada por unos delincuentes mientras llevaba a su hijo al colegio. Dispararon varias veces y aunque una bala alcanzó su vehículo, ella y su hijo se salvaron. Otra compañera de investigaciones periodísticas, empezó a recibir mensajes extorsivos; a otros les han robado sus equipos y amenazado.

En julio, una persona me advirtió que me estaban “haciendo cerebro”, es decir, que alguien me estaba vigilando. No sé si era por mi trabajo o no, pero poco después de la advertencia, dos hombres muy jóvenes —quizás adolescentes— armados y en moto, me asaltaron.

Les di todo lo que tenía: un dólar, pues desde el episodio con el adolescente, opté por dejar todo en casa y llevar solo una moneda para el pasaje de bus.

Todavía me estremece pensar que fui apuntada con un arma y que el precio de mi vida pudo ser un dólar, si ellos así lo decidían. 

Ese día renuncié a mi trabajo. Ya no quería salir a la calle y empecé a desarrollar episodios de ansiedad; me sentía en constante peligro.

Entonces acepté una oferta de trabajo en Portoviejo, Manabí, en donde vivo hace más de un año. Lastimosamente, todo lo que me hizo huir de mi amado Quevedo también se ve aquí: robos, asaltos, secuestros, sicariatos. 

Pienso en mi padre enfermo, lejos de mi,  y en el grave problema nervioso de mi abuela, tras atestiguar dos asaltos mientras atendía su tienda, hoy cerrada para evadir la violencia.

Como periodista siento un dolor muy grande porque la violencia nos está quitando todo.  A mi me robó la paz y, muchas veces, me roba las ganas de hacer periodismo. 

Aún así y a pesar de la dificultad de tener esperanza, aquí sigo, intentándolo de nuevo. 





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Red de Periodismo de Investigación